La pregunta trampa del viajero moderno (y de su tarjeta de crédito)
Tarde o temprano, todo coordinador de viajes se enfrenta a esa pregunta. Una especie de rito iniciático que nos iguala a todos, estemos organizando un paseo por la Toscana, una incursión a Orlando o un safari por el Kalahari.
“¿Y vos cuánto dinero decís que lleve para gastar?”
La pregunta llega, siempre, con cara de inocencia y una libreta en la mano. A veces incluso con una calculadora. Como si el guía, además de mover grupos humanos con precisión suiza, tuviera una bola de cristal con conexión directa a la billetera emocional de cada pasajero.
Y ahí, amigos míos, empieza el verdadero desafío. Porque lo cierto es que esta pregunta —aparentemente inofensiva— esconde más complejidad que una declaración de impuestos con bienes en el exterior.
El espectro del gasto vacacional
Hemos visto de todo. En un extremo, tenemos al pasajero "extra-economy", una criatura admirable que logra lo imposible: alimentarse todo el día con una banana, una manzana y un par de tostadas robadas con disimulo del buffet del desayuno.
Este individuo, avezado en el arte del forrajeo hotelero, puede atravesar todo un parque temático sin gastar ni un dólar. Su lema: “hidratarse es de ricos”. Su archienemigo: el carrito de los helados.
En el otro extremo del espectro, está el famoso "yo no soy consumista".
Nos lo dicen con convicción, mano en el corazón, antes de viajar:
“Yo no soy de compras. No me gustan los shoppings. Lo mío es disfrutar, no gastar.”
Veinticuatro horas después, lo encontramos haciendo equilibrio entre las bolsas de Nike, Tommy, Adidas, Guess, un set de valijas nuevas y una caja blanca y reluciente que deja ver el logo de una manzana mordida.
“Es que estaba muy barato… y bueno, ya que estaba…”
A veces incluso rompen la barrera del sonido al repetir:
“¡Esto en Uruguay cuesta el doble!”
Y ahí lo tenemos, a mitad del viaje, googleando "cómo mandar cajas desde Orlando por FedEx sin hipotecar un riñón".
¿Entonces… cuánto llevar?
Acá es donde todo se vuelve más filosófico. Porque no hay cifra que sirva si no sabemos a qué nos enfrentamos. ¿Se trata de una familia amante de los snacks o de un militante del tupper con fideos del día anterior? ¿Van a almorzar con personajes Disney o a hacerse los distraídos con una galletita en el bolsillo?
El gasto vacacional es un universo paralelo donde las reglas del sentido común pierden jurisdicción.
Ese mismo ser humano que en su vida normal y uruguayonga se queja porque la lechuga crespa subió 5 pesos, de pronto en el reino del ratón Mickey se gasta 29 dólares en un vaso con orejas para tomar una limonada de un sospechoso color verde fluorescente.
Y lo hace feliz.
La verdad incómoda
Entonces, cuando nos preguntan cuánto llevar, lo único honesto sería responder con otra pregunta:
“¿Cuánto estás dispuesto a descubrir de vos mismo en este viaje?”
Porque viajar también es eso: exponerse a nuestros propios caprichos, contradicciones y, por qué no, impulsos materialistas.
El más minimalista puede sucumbir ante un peluche de Baby Yoda que lo mira con ternura. El más planificador puede terminar con una mochila llena de golosinas con nombres impronunciables que jamás va a abrir.
Y eso también está bien.
Conclusión (o intento de cerrar este asunto)
Llevá lo que puedas. Lo que te deje dormir tranquilo. Y andá sabiendo que vas a gastar más de lo que imaginás… pero menos de lo que vas a recordar.
Porque los viajes, como los amores de verano y los paquetes con olor a nuevo, no se miden en dólares.
Se miden en anécdotas.
Y de esas, te prometo, vas a volver con la valija llena.
Mr.Clinker
1° de junio, 2025